Pero cuando uno es fumador de verdad, el verbo "gustar" se queda corto. A un fumador de verdad, le gustan muchas cosas de la vida, pero el tabaco le hace falta. Cuando uno es fumador de verdad, la vida llega a convertirse en la sucesión de intervalos entre dos cigarrillos. Y, si esos intervalos no están llenos de actividad, de trabajo, de diversión, de emoción, el fumador los verá como tiempos de espera, como simple antesala de la vida misma: fumar.
¿Estoy exagerando? Probablemente, sí. Pero esta es la única forma que encuentro de plasmar mi sensación de anoche cuando, después de una recaída en el tabaco que ya venía durando unas 3 semanas, me sentí atrapado en las garras de un vicio que supera mi capacidad de decidir. Como otras, esta relación empieza con una decisión aparentemente adulta, con un "quiero" o un "me apetece". Pero, al cabo de un tiempo, es el propio tabaco el que parece decidir por nosotros.
No sé si he sabido explicar aquí cómo me sentí anoche. Pero os digo cómo me siento hoy: decidido a no encender otro cigarrillo. Y poniéndolo aquí de nuevo, para que volváis a sacarme los colores.