Bloc de notas sobre la marcha

jueves, 27 de agosto de 2009

Querido Paco.

(Francisco Umbral murió en Madrid el 28 de Agosto de 2007. Al cabo de un par de días envié este artículo a su periódico, donde no me lo publicaron. Aprovecho el segundo aniversario de su muerte para ponerlo aquí.)

Querido Paco, te has muerto y en la muerte te alaban muchos, incluso algunos enemigos, aunque hay panegíricos que matan con balas de ambigüedad. Otros, simplemente, te han concedido la ironía a título póstumo desde un mísero recuadrito. Déjalos, puede que no entiendan lo que es la literatura, y mira que tú intentaste explicarlo tantas veces.

Voy a intentarlo yo de nuevo, por ti. Woody Allen dice que el cine de hoy es para niños. Así los libros más vendidos, puro entretenimiento. Contar bien una historia, explicar un mundo real o imaginado, tiene su oficio. También un buen fotógrafo se hace con años de luces y acético. Pero la literatura, como arte, es otra cosa. En el verdadero arte, el fotógrafo se rinde ante Velázquez y el relator de historias cede el paso a Quevedo. A Juan Ramón. A ti.

En aquel bachillerato nuestro se estudiaba el antiguo debate entre fondo y forma. Como buen adolescente, yo era “fan” del fondo, de Quevedo; dame una historia, una opinión, y déjate de florituras. Como le dijo Chuck Berry a Beethoven, apártate Góngora, alquitara pensativa. Pero don Francisco, venas que humor a tanto fuego han dado, mantenía esa postura por afán de competir. Él era la forma y el fondo. Él era la literatura. Tú, Paco, y pocos más, sois la literatura. Los otros, reporteros de su tiempo o imagineros del pasado, dignos oficios, pasarán. Tú —ironías de la retórica para un ser de siniestras lejanías— no pasarás.

Tu fama se debe a tus columnas, y yo admiro tu arte para cazar el momento al vuelo y aplastarlo contra el papel, destripando sus jugos. Pero, si hablo de literatura, me refiero a tus libros. Yo niego el derecho a opinar sobre ti a quien no haya leído “Mortal y rosa”. No puedo, no quiero, esquivar el tópico. Abro el libro al azar; página 104: “La clínica es un corredor verde donde el dolor se hace razonable por un momento.” Y así doscientas páginas, que me cambiaron la vida y por las que ahora te doy las gracias.

Tú no me conoces. Soy un simple lector. Estuve en tu velatorio. En aquella angostura nos juntamos diez famosos, cinco desconocidos y, en la calle, cincuenta reporteros aburridos. Estuve en la casa del libro, en tu Gran Vía, llevabas muerto dos días. Nada en el domingo, y eso que era jueves. Comprendo que no quedaba un libro tuyo (yo me llevé el último). Comprendo que era Agosto. Pero, hombre, una foto, un escaparate. Algo.

Y es que en la división de opiniones sobre tu obra subyace esa absurda lucha política entre medios y partidos de derechas que niegan o que admiten serlo. Juzgamos a los autores según el periódico en el que escriben. Yo —suscribo una frase de dudosa paternidad— ya no sé si soy de los nuestros, pues la verdad es que yo compraba “El Mundo” porque tú escribías en él, y no al contrario.

Si la historia de la literatura hace justicia, cosa de la que no estoy seguro, en referencia al siglo XX español se hablará de ti y de un par más. Pero tú no lo verás. Ni falta que te hace. Tú olvídate ya de la Olivetti y de todos nosotros, y descansa. Disfruta, con tu hijo, de los privilegios de la muerte. Ahora eres, por fin, polvo enamorado.

El regalo / The gift.

El verdadero regalo que recibimos, al nacer, es la vida. Nuestra propia vida, la de nuestra familia y la de nuestros amigos.

El país, el idioma, la cultura, la comunidad, la casa son la caja que contiene el regalo.

Después, se añaden al regalo el papel de envolver, los lacitos y las pegatinas, que son los estudios, el trabajo y el dinero.

Pasamos el tiempo entretenidos con el papel, con la caja, con ese plástico de burbujitas... Y dejamos la vida en un cajón, como un reloj que, aunque todavía está en marcha, nadie lo mira.

El regalo es la vida, nuestro cuerpo, nuestros sentidos, la naturaleza y las personas a las que queremos. Y el mejor uso del regalo es descubrir nuestra pasión y poner a su servicio nuestro cuerpo y nuestro sentidos.

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The real gift that we receive, on being born, is the life. Our own life, that of our family and that of our friends.

The country, the language, the culture, the community, the house are the box containing the gift.

Later, we add to the gift the wrapping paper, the laces and the stickers, which are the studies, the work and the money.

We spend our time entertained with the wrapping paper, with the box, with those weird plastic bubbles... And we leave our life in a drawer, as a watch that, though still runs, nobody looks at.

The gift is the life, our body, our senses, the nature and the persons whom we love. And the best use of the gift is to discover our passion and to put to its service our body and our senses.