Bloc de notas sobre la marcha

lunes, 4 de noviembre de 2013

Cariño, este perro adelanta.

En efecto, desde que el 27 de Octubre nos cambiaron -otra vez- el horario, el único reloj de la casa que todavía no he sido capaz de poner en hora es el de Trotsky.

Trotsky es nuestro perro. Lleva más de 13 años en casa y calculo que tendrá 14 y medio o más. Según la regla del 7, esa edad equivale a la de un hombre de 101 años.

Como cualquier perro, Trotsky tiene tres actividades favoritas: salir al parque, comer y jugar. O puede que el orden correcto sea: comer, salir al parque, comer, jugar y comer. Ya digo, es un perro.

Trotsky se expresa con la elegancia natural de su especie. Su repertorio de suspiros, miradas de soslayo, caídas de ojos y mutis por el foro nos mantiene siempre al corriente de su estado de ánimo. Para demandar caricias o juegos es más expresivo y practica el cabezazo directo buscando una mano que le acaricie. Respecto a sus necesidades más imperiosas, sabe recordárnoslas de forma inequívoca pero no suele perder los modales hasta que la imperiosidad se impone.

Pues bien, desde que retrasamos los relojes hace ya una semana, Trotsky sigue en la hora antigua, y por eso espera las cosas una hora antes de lo que nosotros las tenemos previstas.

Mejor que hablar de cómo anda mi propio reloj y de lo que pienso de los cambios de horario, me basta con tomar nota de la confusión de nuestro compañero peludo como ejemplo de lo que pasa cuando se desajusta un ciclo natural.

Lo que más pena me da es que no sé si me entiende cuando se lo explico. Claro que a él le dará pena que yo afronte todos sus problemas con mi bla, bla, bla incomprensible.