Desde mi infancia, mis días y mis sueños huelen a papel escrito. Primero, con lápiz Faber-Castell y goma Milan. Después, con tinta Pelikan. Más tarde, con bolígrafo Bic. Papeles emborronados, letra ilegible, renglones torcidos, dibujos inextricables. Una imaginación efervescente desbordaba, a veces literalmente, los márgenes del papel.
He dedicado muchos años a leer libros, a hacerme un "hombre de provecho", y a escribir sólo para mis exámenes, para mis colegas, para mis clientes. Descubrí que en una memoria técnica cabe muy poca lírica, así que he seguido escribiendo, a escondidas, para mí sólo.
Ahora es el momento. Aunque no tenga mucho que decir, allá voy.
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